Aquel día me hiciste una promesa. Sí,
me di cuenta de que era una promesa, aunque tú en su momento
quisiste que sonara a amenaza. Y yo te seguí el juego para
complacerte y porque eso era lo que se nos daba mejor, ¿recuerdas?
¿Te acuerdas de todas las tonterías que decíamos cuando nos
asegurábamos el uno al otro que todo iba a salir bien? Sí,
cariño, tienes toda la razón. Y durante un tiempo volvíamos a
una especie de cálida calma, que sabíamos que no duraría y que por
tanto apreciábamos tanto más. Porque cuando esa calma se agotaba,
nos despeñábamos, rodábamos sobre roca desnuda, nos
despellejábamos, se nos caía la piel. Creo que los dos sabíamos
cómo iba a acabar todo esto, y sin embargo, no hicimos nada para intentar evitarlo. Es verdad, amor, qué tonto soy. Porque daba
igual que eligiéramos hacer lo que hicimos. Sabíamos lo que habría
pasado si no lo hubiéramos hecho... ambos caminos llevaban a un
mismo final. Y creo que – aún sin habernos atrevido a darle forma
en palabras, ni siquiera en nuestras propias mentes – ese
conocimiento era lo que nos empujaba por nuestro borde de abismo
particular cada vez. Lo que nos mataba por dentro e hizo un agujero
más profundo aún que el de aquella bala...
Sleeping is no mean art: for its sake one must stay awake all day - Friedrich Nietzsche
No hay comentarios:
Publicar un comentario